jueves, 15 de enero de 2015

EN UNA JAULA INVISIBLE



 Hubo un tiempo en que el hombre no era un gigante. Era un enano. Impotente ante la naturaleza, tenía tan poca libertad como cualquier animal salvaje o como cualquier ave montaraz.

Es muy cierto que nadie vio nunca un pájaro carpintero encadenado a un árbol o una ardilla salvaje encerrada en una jaula.

Nadie vio eso nunca y nadie lo vera jamás, porque la jaula y la cadena son invisibles.

El hombre, también, vivía dentro de una jaula invisible y estaba sujeto por una cadena igualmente invisible.

Si fuera “libre” un pájaro podría volar a donde se le ocurría y vivir donde quisiera, y eso es lo que precisamente no sucede, Traten nada mas de llevar a un pájaro carpintero a una pradera sin arboles. Moriría porque solo puede vivir donde hay arboles.

Por donde quiera que ustedes pasen en los bosques van pasando por estas murallas invisibles.

En las tierras bajas húmedas se encuentran abetos de copas frondosas que parecen blandos lechos de plumas, mas arriba, en las laderas arenosas, se hallan arboledas de verdes pinos musgosos junto con abundantes arbustos de arándano y gaguba. Mas arriba aun, en las cumbres arenosas, se encuentran los blancos pinos musgosos, y en los parajes húmedos vemos de nuevo praderas pobladas de hierbas.

Sin saberlo atravesaron ustedes tres murallas que separaban a cuatro pequeños mundos. Pasaron por cuatro jaulas diferentes, cada una de las cuales encerraba a sus prisioneros.

Cada bosque es como una jaula. Y estas grandes jaulas están divididas en pequeños corrales y celdas. Por ejemplo, todos los bosques tienen varios pisos diferentes, igual que una casa grande de apartamentos. Hay bosques de dos, de tres y hasta de siete pisos.

Cada uno de estos pisos tienen sus propios inquilinos: animales salvajes y aves silvestres. Los del piso superior son calientes, secos, claros. Los de la planta baja son oscuros, húmedos y fríos.

La gente cambia con frecuencia de apartamentos y se muda de una casa para otra, de un piso para otro. Pero en los bosques los inquilinos de un piso no pueden cambiar apartamentos con los inquilinos de otro piso, porque como ustedes ven, en los bosques no hay inquilinos sino prisioneros. Sus viviendas no son apartamentos son calabozos.

Cada uno de ellos esta atado a su propio bosque especial, mantenido en su propio piso especial mediante una cadena que no es fácil de romper.

Un pájaro carpintero no sabría que hacer en el suelo. Durante periodos de días enteros se esta moviendo alrededor del tronco de algún abeto o de un abedul. ¿Qué esta picoteando allí? ¿Qué es lo que busca?

Si ustedes arrancaran la corteza de un abeto verían caminitos quebrados cavados alrededor del tronco precisamente debajo de la corteza. Los hizo un gusanito, un parasito del abeto, el gorgojo del abeto. Cada camino termina en un hoyito en forma de cuna y en esta cuna la larva del gorgojo se transforma primero en crisálida y después en gorgojo. Este gorgojo esta adaptado al abeto y el pájaro carpintero esta adaptado al gorgojo. El pájaro carpintero tiene la lengua larga y flexible, la cual puede introducirse en esos hoyitos ocultos, por mas escondidos que estén, y sacar la larva del gorgojo.

Aquí tenemos una cadena de tres eslabones: abeto-gorgojo-pájaro carpintero. Los científicos llaman a esas cadenas “cadenas de alimentos”. Todos los prisioneros del bosque están unidos por esas cadenas de alimentos.

En el mundo hay cerca de un millón de clases diferentes de criaturas vivientes, cada una de las cuales viven en su propio pequeño mundo, al cual se ha adaptado. Algunas viven en el agua, otras en las tierra seca. Unas no pueden soportar la luz y a otras no les gusta la oscuridad. Algunas se entierran en la arena candente, otras solo pueden vivir en un pantano. Donde para algunas esta colocada el aviso de “¡Prohibido el Paso!”, encuentran otras el rotulo que dice “Entrada”.

En el mundo no hay un solo sitio libre, un solo sitio donde no haya penetrado la vida. Una clase de vida puede no prosperar donde otra puede. En los polos y en el ecuador, en las cumbres de las montañas y en el fondo del mar, donde quiera hay seres vivientes cuyos hogares están allí, y que no podrían vivir en ninguna otra parte.

Sólo hay un lugar en el mundo donde ustedes pueden ver animales de todas las latitudes, animales de las praderas y de los bosques, viviendo a pocos pasos de otros. Ese lugar es un jardín zoológico.

Pero no se reunieron allí espontáneamente. Fue el hombre quien los reunió.

A cada animal hay que crearle un ambiente tan parecido como sea posible al que esta acostumbrado, si no morirán.

¿Qué clase de animal es el hombre?

El hombre vive en todas partes. Difícilmente hay un lugar en el mundo donde el no haya penetrado; ha subido a las cimas de las montañas mas altas, se ha aventurado hasta el fondo del mar, ha cruzado el desierto de Sahara, ha explorado las inmensidades heladas del ártico, ha bajado a las entrañas de la tierra y se ha remontado a la estratósfera.

Pero no siempre fue así. Eso no sucedía en aquellos días en que el hombre no era tan libre ni tan poderoso como lo es ahora.

Hace millones de años, en lugar de los bosques de roble, de álamo, de haya como los que tenemos hoy, los bosques eran del todo diferente. Estaban llenos, además, de animales de especies enteramente diferentes, y de diferentes clases de arbustos, hierbas y helechos.

Nuestros progenitores vivían, como el pájaro carpintero, en los pisos más altos del bosque. Estas criaturas, que debían transformarse en hombres, caminaban por las ramas de los arboles como si estas fueran puente, galerías y balcones a muchos metros del suelo. El bosque era su hogar.

El bosque era su fortaleza, en lo alto, entre las ramas, se ocultaban de su mortal enemigo, el tigre de dientes como sables o de colmillos como puñales.

El bosque era su almacén. Arriba, entre las ramas, había depósito de frutas y nueces que constituían su alimento.

Pero para subir a la azotea del bosque, tuvieron que adaptarse a él, llegar a ser tales que pudieran agarrar fácilmente las ramas, correr con paso firme por los troncos de los árboles, saltar de uno a otro árbol, coger el fruto y arrancarlo, romper las nueces. Debían tener dedos prensiles, vista penetrante, dientes fuertes.

Nuestro antepasado estaba encadenado al bosque no por una cadena, sino lo menos por tres, y no solamente al bosque sino al piso más alto de la selva. ¿Cómo se atrevió este animal selvático a aventurarse de su jaula a traspasar los confines del bosque?

Vamos a relatar la vida y las aventuras del hombre. Un relato acerca de los remotos antepasados de nuestro héroe, acerca de sus parientes más cercanos, de su primera aparición en la tierra y de cómo aprendió a caminar, a hablar, a pensar; un relato de sus luchas para vivir, de sus tristezas y de sus alegrías, de sus victorias y derrotas.

Para empezar tropezamos con las más serias dificultades.

¿Cómo podemos describir a la abuela, a la abuela mona de quien el es un descendiente directo, no disponemos de retratos de ella por la muy sencilla razón de que, como ustedes saben, los monos no saben dibujar.

Estamos acostumbrados a ver a las abuelas sin dientes. Ahora tenemos el caso de los dientes sin la abuela.

En el momento en que el hombre, desde hace mucho tiempo, ha abandonado las selvas tropicales y se yerguen sus pies, sus parientes más cercanos los gorilas, chimpancés y los orangutanes permanecen todavía como animales salvajes en la selva. El hombre es un poco renuente a pensar en su humilde parentela. Hasta trata, algunas veces, de rechazar su parentesco.

¿Puede un chimpancé aprender a caminar, a hablar, a pensar y a trabajar como ser humano?

No y es fácil ver por que. Un chimpancé esta formado de manera muy diferente a un ser humano. Sus manos son diferentes. Sus pies y piernas también. Igualmente su cerebro. Su lengua es diferente.

Observen la boca de un chimpancé… pero con cuidado porque muerden duro. Verán que en su boca no hay espacio para que la lengua se mueva mucho. Y el poco espacio que hay esta ocupado por sus grandes dientes.

Este solo hecho de que no haya espacio en su boca para que la lengua se mueva libremente, hace imposible que aprendiera a hablar alguna vez. Cuando un ser humano habla, su lengua tiene que ejecutar la más complicada gimnasia: arquearse, sacudirse, pegarse contra el paladar, retroceder para dejar que el sonido salga de la garganta, y viceversa, adelantarse y pegarse contra los dientes superiores. Tiene que haber espacio para todas estas acrobacias y el chimpancé tiene muy poco lugar libre en la boca.

También es completamente imposible para un chimpancé trabajar con las manos como lo hace en ser humano, porque son completamente diferentes de las manos del hombre. El pulgar de un chimpancé es más pequeño que su dedo meñique. No esta tan distante a un lado como en nuestras manos, y el pulgar es precisamente el más útil de los cinco dedos. Es el capataz de esa brigada de cinco obreros que llamamos manos. Por eso nuestras manos pueden coger con tanta habilidad muchas clases diferentes de instrumentos.

La mano de un chimpancé se parece más el pie de un hombre. Cuando quiera arrancar alguna fruta de un árbol, el chimpancé generalmente se mantiene sobre la rama con las manos y agarra la fruta con un pie. Y cuando camina sobre el suelo se apoya con las manos. Es decir, utiliza a menudo los pies como manos y las manos como pies.

Cuanto trabajo supone ustedes que podría realizar un ser humano si tratara de hacer con los pies lo que hace con las manos y viceversa?

Pero hay todavía algo más importante. Olvidan que el cerebro de un chimpancé es mucho más pequeño y tiene un número menor de circunvoluciones que el cerebro humano. Por esta sola razón, es imposible enseñar a un chimpancé a pensar como un ser humano.

Sin embargo, el chimpancé es lo bastante inteligente y este bastante bien formado para llevar su vida en sus madrigueras nativas, en el bosque.

Si un chimpancé no puede abandonar el bosque¿como fue que su pariente, el hombre, pudo salir de allí?

Ni siquiera hoy es fácil para un ser humano aprender a caminar. Pero los meses que necesita un niño para aprender a caminar son nada en comparación con los millares de años que necesitó nuestro antepasado para aprender a hacerlo. Es cierto que cuando aun vivía en las copas de los arboles, bajaban algunas veces al suelo por un rato.

Mientras ocurrían todas estas cosas, el clima de la tierra iba cambiando gradualmente. Las extensiones heladas del lejano norte se iban desplazando hacia el sur. Las montañas hacían bajar aguas más frescas en el hogar selvático de nuestro antepasado  y los inviernos iban siendo más fríos. El clima era todavía cálido pero ya no podía decirse que fuera tórrido.

El límite de la selva tropical siguió desplazándose cada vez más hacia el sur. Y los habitantes del bosque se trasladaron al sur con la floresta. El mastodonte abuelo del elefante, desapareció. El tigre de dientes como sables se hizo cada vez más raro.

Donde antiguamente había existido una intrincada maraña de maleza, aparecían ahora espacios descubiertos entre los arboles donde se apacentaban grandes manadas de ciervos y rinocerontes. De los monos, algunos quedaron y otros desaparecieron.

No era fácil adaptarse a estas nuevas condiciones. El alimento apropiado para los monos escaseaba constantemente. Había menos vidas y era más difícil encontrar bananos e higueras. También se dificulto mas viajar por los bosques, de uno a otro árbol.

Pero nuestro antepasado no podía elegir a su gusto. El hambre lo hacia salir de los arboles. Cada vez con mayor frecuencia tenia que bajar de ellos y vagar por el suelo en busca de algo que comer, de algo que en otro tiempo ningún mono hubiera pensado llevarse a la boca.

¿Y que significaban para los animales salvajes todos estos cambios de abandonar las jaulas a las cuales estaban habituados y de salir del mundo selvático al cual estaban adaptados? Eso implicaba la modificación de todas las normas del bosque, la ruptura de las cadenas que atan a los animales salvajes de los lugares que ocupan en la naturaleza.

Si el no hubiera modificado todos sus hábitos y costumbres, habría tenido que irse al sur con los otros monos. Pero en ese tiempo ya era diferente de todos los demás porque podía hallar alimentos con ayuda de colmillos y garras de piedra y de madera. Si era preciso, podía pasarse sin las jugosas frutas meridionales que  estaban escaseando cada vez más en el bosque. Y el hecho de que los arboles se estuvieran alejando mas y mas no lo preocupaba tanto. Ya había aprendido a correr por el suelo y no temía a los espacios descubiertos, sin arboles. Si le ocurría tropezar con un enemigo, disponía de su palo y de su piedra y además no estaba solo. Toda la banda de “gente a medias” solían defenderse juntos y todos tenían palos y piedras.

Las inclementes estaciones que se sucedían ahora no le causaban la muerte a nuestro antepasado, ni lo obligaban a retirarse con la retirada de los bosques tropicales. Eso solo apresuraba su transformación en ser humano.

Y, ¿qué sucedió a nuestros parientes, los monos?

Se retiraron con el bosque tropical  y de ese modo siguieron siendo moradores de la selva. Tenían que retirarse. No se había desarrollado como nuestros antepasados. No había aprendido a usar instrumentos.

De ese modo se separaron los caminos del hombre y de sus parientes. El hombre fue mas lejos que cualquiera de los demás. Con buen fin había aprendido a caminar y trabajar.

El hombre no aprendió enseguida a caminar en dos pies. Al principio sus pasos eran desgarbados y torpes.


¿Cuál era el aspecto del hombre, o mas bien, del hombre mono en aquellos primeros días de su existencia?.

Un famoso hombre de ciencia, Haedkel sugirió una hipótesis. No seria posible que los huesos de este hombre mono, o del pitecántropo, para decirlo científicamente, se pudiera encontrar en el Asia del sur.

Indico en el mapa el lugar donde, en su opinión, podrían haberse conservado los huesos del pitecántropus, es decir, en las islas sonda.

Muchas personas pensaron que esta idea no era más que una opinión sin fundamento alguno. Pero había un hombre que estaba tan convencido de que era correcto que decidió suspender su trabajo e irse a las islas Sonda y buscar los huesos de esta criatura hipotética. Era el doctor Eugenio Dubois, anatomista de la Universidad de Amsterdam.

Dubois no era de los que abandonan algo que hubiera empezado. No pudiendo encontrar su pitecantropus en Sumatra, decidió probar suerte en Java, otra isla del grupo de las Sonda.

Y allí por fin lo favoreció la suerte.

En el lecho del rio Bengawan, en las lomas de las colinas de Kendeng, hallo dos dientes, un fémur y la parte superior del cráneo del pitecantropus.

Lo que se ofreció a su mente cuando concibió la cara de su antepasado y trato de imaginarse como eran las facciones que no habían, fue una frente estrecha, inclinada de fuerte y abultadas cejas debajo de las cuales habían estado los ojos. Más parecía el hocico de un mono que la cara de un hombre. Pero cuando examino el interior del cráneo se convenció de que el pitecantropus era más inteligente que cualquier mono. El tamaño de la fosa cerebral era más grande que la de un mono, el animal más cercanamente emparentado con el hombre.

Un pedazo de cráneo, dos dientes y un fémur. Eso no es mucho. Sin embargo, estudiándolos, Dubois pudo establecer muchos hechos. Del examen cuidadoso del fémur y de las señales apenas visibles que dejaron en el los músculos, llego a la conclusión que el pitecantropus ya había aprendido a caminar, en cierta forma, pero que no había dejado completamente de andar a cuatro patas.

Pudo imaginarse cual debió ser el aspecto de su antepasado, como debió haber vagado por la región boscosa, encorvado, dobladas las piernas en las rodillas, con los largos brazos colgantes, sus ojos profundamente implantados debajo de las cejas salientes, miran hacia abajo… para ver si puede hallar algo de comer.

Este no es ciertamente un mono, pero no es aun un hombre. Dubois resolvió dar nombre a su hallazgo, así que lo bautizo “pitecantropus erectus”, porque en comparación con un mono, caminaba erguido.

Durante cinco años fueron embarcados para Europa 300 cajas de huesos de animales prehistóricos que había vivido en la ribera del rio. Los científicos que se entregaron al trabajo de seleccionarlo pudieron encontrar tres pedazos de fémur que podrían pertenecer a un pitecantropus.

Pasaban los años y la gente aun dudaba de la existencia del pitecantropus. De pronto un científico encontró el siguiente eslabón de la cadena, es decir, el que debía insertarse entre el pitecantropus y el hombre.

Hace cuarenta años llego este hombre de ciencia a una botica de Peiping buscando una medicina china, sobre el mostrador estaba desplegada una gran colección de objetos: una raíz de ginsen que parecía un esqueleto humano y a la cual se le atribuían virtudes curativas, una cantidad de huesos, dientes de animales y amuletos de todas clases.

Entre los huesos encontró el científico un diente que evidentemente no era de animal y que sin embargo difería mucho de los dientes del hombre contemporáneo, compro este diente y lo envió a un museo europeo donde fue prudentemente catalogado como “Diente Chino”.

De manera muy casual fueron encontrados otros dos de esos dientes unos veinte y tantos años después en la cueva de Chou-Ko-Tien, no lejos de Peiping y poco después se encontró al dueño de los dientes, a quien los hombres de ciencia bautizaron “Sinantropus".

Para ser exactos, no lo encontraron enteros, sino en forma de una colección de toda clase de huesos. Había 50 dientes, 3 cráneos, 11 mandíbulas, un trozo de fémur, una vértebra, una clavícula, unos huesos de la muñeca y un pedazo del hueso del pie.

Esto no quiere decir, naturalmente, que el habitante de la cueva tuviera tres cabezas y una sola pierna. Hay una explicación mucho más sencilla que en la cueva no vivía un solo Sinantropus, sino toda una partida de ellos.

En el curso de centenares de millares de años se perdieron muchos de los huesos. Quizás se los llevaron las bestias salvajes. Pero por lo huesos que quedaron es fácil imaginar era el aspecto de los habitantes de la cueva.

Si ustedes se hubieran tropezados con él, probablemente habría huido aterrorizados. Con su cara echada hacia adelante, con sus colgantes y largos brazos peludos todavía se parece muchísimo a un mono. Pero si a primera vista lo confundieran con un mono, cambiarían de opinión. Ningún mono camina erecto, al estilo del hombre,  ningún mono tiene una cara tan semejante a un rostro humano. Ningún mono forma hogueras o hace instrumentos de piedra.

¿Cómo se sabe que el Sinantropus podía fabricar instrumentos de piedra y sabía utilizar el fuego?

La cueva de Chou-Kou-Tien nos da la respuesta a esta pregunta. En el curso de las excavaciones fueron halladas en ella muchas otras cosas, además de huesos: una gruesa capa de cenizas mezcladas con tierra y un montón de toscos instrumentos de piedra.

Fueron sus manos las que hicieron tan audaz al hombre. Aquella piedra que había alzado, aquel palo que empleo para desenterrar el alimento, también podían defenderle. El primer instrumento del hombre llegó a ser su primera arma.

Por otra parte, él nunca andaba solo por el bosque. Una partida completa, toda armada de piedra y palos, resistía unida los ataques de una bestia salvaje.

Y luego no deben olvidar ustedes el fuego. Con él ahuyentaba el hombre a la más peligrosa bestia salvaje.

Una vez que hubo roto las cadenas que lo ataban a los árboles, el hombre pasó de las copas de los árboles al suelo, del bosque a los valles.

Sus huellas nos llevan hasta allí.

No nos referimos a las pisadas. Las huellas de que hablamos son las obras de las manos.

Hace unos cien años estaban excavando unos trabajadores en la cuenca del río Somme, en Francia. Estaban sacando arena, grava y piedra depositadas por el rio en tiempos remotos.

Observaron una cosa muy extraña: algunas de las piedras no estaban pulidas. Por el contrario, eran irregulares, como si hubieran sido cortadas por dos lados.

Un hombre de ciencia, Boucher de Perthes, habitante de la región, tuvo noticias de estas piedras extrañamente talladas.

Boucher de Perthes concluyó al instante que la única posibilidad consistía en que aquello fuera obra del hombre. Se emocionó grandemente con su nuevo descubrimiento. Es cierto que no eran verdaderos vestigios del hombre primitivo, pero eran sus huellas, las huellas de su trabajo. Evidentemente ésta no era obra del río sino de la mano humana.Pero, ¿dónde se encontraba el hombre primitivo? Boucher de Perthes no había hallado rastros de sus huesos en parte de alguna.

Entonces comenzó la lucha. Boucher de Perthes fue atacado en todas direcciones, como lo había sido Dubois. Destacados arqueólogos se dedicaron a probar que este aficionado anticuario de provincia nada sabía de ciencias, que sus “hachas” de piedras eran una impostura y que su libro debía ser prohibido porque contradecía las enseñanzas de la iglesia acerca de la creación del hombre.

Durante quince años continúo la guerra entre Boucher de Perthes y sus enemigos, envejeció, se encaneció su cabello, pero sostuvo firmemente la lucha y al fin obtuvo el triunfo. Los geólogos Lyell y Prestwich vinieron en su ayuda. Fueron a la cuenca del Somme y examinaron personalmente las excavaciones, estudiaron las colecciones de Boucher de Perthes y  después del más cuidados examen declararon que los instrumentos encontrados por de Perthes eran auténticos instrumentos del hombre primitivo que había vivido en Francia durante la época de los mastodontes y rinocerontes.

Posteriormente el descubrimiento de Perthes han sido encontrados muchos de estos instrumentos de piedra. Se hallan muy frecuentemente en las orillas de los ríos donde hacen excavaciones para sacar cascajo y arena.De ese modo la pala del trabajador actual tropieza en el suelo con los instrumentos de aquellos tiempos en que el hombre apenas había empezado a trabajar.

Los instrumentos de piedra más antiguos son los cortados por ambos lados con otra piedra. Pero junto con éstos se encuentran también los fragmentos, los pedacitos separados cuando la piedra se despedazo.

Estos instrumentos de piedra son las huellas de las manos a que nos referimos,  las huellas que nos conducen a los valles y a los bancos de arena de los ríos. Ahí en los depósitos y en las playas de los ríos buscaba, el hombre los materiales apropiados para sus garras y colmillos artificiales.Esta era una ocupación claramente humana. Un animal puede buscar alimento o material para construir su nido. Pero nunca se le verá buscando material para fabricarse garras y colmillos artificiales.

Afortunadamente para nosotros el hombre siguió otro camino. No esperó a que le nacieran palas en lugar de manos.  Hizo una  y no sólo una pala, hizo un cuchillo también, un hacha y muchísimos otros  instrumentos.

Cuando el hombre comenzaba apenas a ser hombre no hacia sus instrumentos, simplemente recogía sus dientes y garras de piedras como nosotros recogemos hoy hongos y bayas.Durante largo tiempo vagó por las playas de los ríos buscando piedras que hubieran sido pulidas y talladas por la naturaleza.

Entre centenares de piedra. Solo unas cuantas eran útiles al hombre.

Por lo tanto, el hombre mismo comenzó a tallar las piedras de acuerdo con su conveniencia, empezó a fabricar instrumentos. Esto es lo que ha sucedido muchas veces durante el curso de la historia de la humanidad: el hombre ha remplazado algo que encontró ya hecho en la naturaleza con un objeto manufacturado por él mismo. Construyó para si su propio pequeño taller en uno de los rincones del gran taller de la naturaleza  y allí fabricó nuevas cosas.

Cogía una piedra y la tallaba golpeándola contra otra piedra. Al principio sólo obtuvo un tosco  instrumento, apenas semejante a un hacha o a una cuchilla de carnicero. Tal instrumento servía para cortar. Los fragmentos de piedra podían utilizarse también cortar, raspar y hacer agujeros.

Los instrumentos más antiguos, hallados a gran profundidad en la tierra, son tan semejantes a piedras que han sido talladas por la naturaleza que es difícil determinar si el artesano fue el hombre o el rio.

Pero se han encontrado otros instrumentos acerca de los cuales no puede existir la menor duda. A lo largo de las playas y de las riberas de los ríos donde se han hecho excavaciones, debajo de gruesas capas de arcilla y arena, se han descubierto verdaderos talleres del hombre primitivo, con una cantidad de hachas y fragmentos que eran utilizados como instrumentos.

Tales instrumentos no se encuentran en la naturaleza. Solo el hombre puede hacerlas.

De ese modo aparecieron por primera vez en la tierra el propósito y el plan. El comenzó a perfeccionar poco a poco a la naturaleza, a rehacerla, cuando perfecciono la piedra que aquella le había dado.

Y esto hizo que el hombre subiera aun otro escalón con respecto a los demás animales, le dio mayor libertad.

Pero ¿cómo podríamos llamar por el mismo nombre al hombre actual y al Pitecantropus, que tanto se asemeja a un mono?

El sinantropus es un poco menos parecido a un mono y sin embrago difícilmente se le puede llamar hombre.

El hombre de Heidelberg se acerca más a nosotros. Es difícil decir cuál era su aspecto, porque todo cuanto ha quedado de él es una mandíbula hallada cerca de Heidelberg. Pero, a juzgar  por esta mandíbula, podemos decir que muy bien podía llamársele hombre. Sus dientes no son los de un animal sino los de un ser humano, ya no tiene colmillos salientes que sobresalen de los otros dientes como sucede en la boca de un mono.

Pitecantropus, Sinantropus, hombre de Heidelberg.

Podríamos alargar todavía esta lista de nombres. Después del hombre de Heidelberg apareció el hombre de Eringsdof,  posteriormente el Hombre de Neanderthal  y después, el hombre de CroMagnon.

No podemos decir que nuestro héroe nació en tal o cual año. El hombre no llego a ser hombre en un solo año centenares de millares de años separan al Pitecantropus del Sinantropus  y a éste del hombre contemporáneo.

Lo más difícil de todo es precisar el lugar donde nació nuestro héroe. Al tratar de hacer esto hemos intentado indicar donde vivió su abuela: esa antigua abuela fósil de quien desciende el hombre, el gorila y el chimpancé. Los hombres de ciencia llaman Driopitecus a ese mono. Pero al intentar hallarsu domicilio resultó que existían varias tribus:algunas huellas conducían a la Europa central, otras, al África del Norte y otras al Asia del Sur.

Quizás los instrumentos nos ayudarían a establecer donde apareció el hombre por primera vez.Así es que tómanos un mapa del mundo y marcamos en él los lugares donde habían sido encontrados estos antiguos instrumentos, las toscas hachas de piedras y cuando acabamos quedó un buen número de marcas en el mapa.

El hombre apareció por primera vez en el Viejo Mundo y no en un solo lugar, sino en diferentes sitios.

Cuando empezó a fabricar instrumentos introdujo en su vida una ocupación completamente nueva: el trabajo.

El hombre primitivo disponía de muy poco tiempo libre, de muchos menos, que el hombre más ocupado de nuestros días. Desde que amanecía hasta que anochecía  andaba por los bosques y por los espacios descubiertos del bosque recogiendo alimentos, pertrechándose de todo cuanto podía comer él y sus hijos recogiendo alimento y comiéndolo: así empleaba el hombre todas sus horas de vigilia. Porque como comprenderán ustedes, necesitaba tener una gran cantidad de la clase de alimentos que comía. Es preciso comer más cuando la comida consiste enteramente de bayas, nueces, retoños, hojas, larvas y de ricos bocados por el estilo.

Y si tenía que pasar todo el día buscando comida y comiéndola. ¿Cuándo podía trabajar?

Tenía que pasar muchas horas tallando su instrumento, pero después era mucho más fácil sacar las larvas de debajo de la corteza con este instrumento afilado.

 De este modo se recolectaba más fácilmente el alimento, lo cual significaba que el hombre disponía de más tiempo para trabajar, las horas que no tenía que emplear buscando comida las dedicaba ahora a fabricar sus instrumentos. Continuó haciéndolos mejores y más afilados y cada nuevo instrumento le reportaba mayor cantidad de comida.

Pero al principio no tenía con frecuencia carne para comer. No podía matar animales grandes con un palo o con una piedra y un ratón de monte no tiene mucha carne.

El hombre no era todavía un verdadero cazador. Era un recolector. Si no moría de hambre era únicamente porque comía cuanta cosa comestible encontraba y porque pasaba todo el día buscándola.

Por alguna causa, la cual no se ha descubierto todavía, las tierras heladas del norte comenzaron de nuevo a desplazarse hacia el sur. Grandes ríos helados, glaciares, se deslizaban por las faldas de las laderas y por los valles, abriendo surcos y canales en las faldas de las montañas, destrozando las cumbres de las colinas rompiendo y arrollando riscos enteros, arrastrando consigo montones de despojos. En su parte delantera el hielo derretido de los glaciares formó corriente de agua que cubrieron a las montañas y abrieron cauces en la tierra.

Varias veces antes las tierras heladas del norte se había  deslizado hacia el sur. Pero esta vez había llegado más lejos que antes. En la Europa Occidental llegaron a las montañas del centro de Alemania y casi cubrieron a las Islas Británicas. En las Américas del Norte llegaron más al sur de los Grandes Lagos.

No avanzaban aprisa. Su helado aliento no se sintió inmediatamente en aquellos lugares habitados por el hombre. Los animales que vivían en el mar sintieron este aliento helado antes que los habitantes de la tierra.

Los bosques de abeto del norte se desplazaron al sur. A medida que se retiraban, comenzaron a penetrar en los bosques frondosos. Se inició una gran guerra milenaria de los bosques.Hoy también están en guerra los bosques. El abeto y el álamo también se hacen constantemente la guerra. Al abeto le gusta la sombra, al álamo también le agrada la luz.

Un bosque, al mismo tiempo que muere, renace como un mundo completo, indivisible, no como una simple agrupación casual de vegetación y de vida animal. Eso fue lo qué ocurrió durante la Edad de Hielo.

Cuando desaparecieron los árboles, los arbustos y las hierbas, los animales que se habían alimentado de esta vegetación y que encontraban refugio bajo sus ramas protectoras, quedaron sin alimento y sin amparo. Y estos animales arrastraron consigo en su desgracia a otros animales, a las bestias de presa porque cuando quedaron pocos animales herbívoros, las bestias de presa que vivían de ellos murieron también de hambre.

Unidos entre sí por la “cadena de alimentos”, los animales y las plantas perecieron juntos cuando desaparecieron sus bosques.

La única forma de sobrevivir consistía en romper la cadena, en cambiar la forma de sus garras y de sus dientes, en criar lana para protegerse del frio.

Pero sabemos cuán difícil es que un animal se transforme. Para eso se requiere el trabajo de dos artífices: la herencia y la variación. Y estos dos artífices trabajan con suma lentitud.

Así, los antiguos habitantes de las selvas, los cuales estaban desapareciendo, tenían que luchar también contra nuevos amos.

¿Y el hombre?, ¿Qué fue de él?

El hambre, el frio y los animales salvajes los amenazaban de muerte.Pero el mundo no se estaba acabando, solo se estaba transformando. El mundo anterior estaba llegando a su fin  y estaba naciendo un nuevo mundo.

Para sobrevivir en el nuevo y cambiante mundo el hombre tenía que cambiar también. Su antiguo alimento había desaparecido. Tenía que aprender a obtener nuevas clases de sustento. Las duras piñas de abeto y pino no eran apropiados para sus dientes, acostumbrados a las jugosas frutas de los bosques del Sur.

El clima se hacía más frío constantemente. El sol parecía haber desamparado al mundo y el hombre tendría que aprender a vivir sin el calor de sus rayos.

Debía de convertirse en otra clase de persona, y aprisa, además.

El hombre era la única criatura viviente que podía hacer esto. Como ustedes saben, ya él había aprendido desde antes a transformarse.

El adversario del hombre, el tigre con dientes como sables, no podía hacerse una gruesa capa de piel. El hombre podía. Todo cuanto necesitaba hacer era matar a un oso y quitarle la piel.

El tigre con dientes como sables no podía hacer fuego. El hombre podía. Ya sabía utilizar el fuego. Había llegado al punto en que podía transformarse y corregir a la naturaleza.

La tierra que pisamos es como enorme libro. Cada capa de la corteza terrestre (cada estrato de depósitos) es una página. Vivimos en la parte más alta, en la última de estas páginas. Las primeras páginas están en lo profundo del fondo de los océanos y en las bases subterráneas de los continentes.

Observen un corte a lo largo de la orilla del rió. Entre los sedimentos dejados por la edad de hielo aparece una clara marca negra. Esta marca la hizo el carbón.Si fuera la marca del incendio de un bosque el material carbonizado se extendería en una amplia área y aquí solo hay una pequeña capa de carbón. Solo una hoguera pudo haber dejado una capa pequeña. Y sólo el hombre pudo haber construido una hoguera.

Y para que no haya dudas, cerca del fuego encontramos otras huellas de la mano del hombre: instrumentos de piedra y los huesos dispersos de animales matados en cacería.

Fuego y caza: ahí tenemos las dos cosas con las cuales se enfrentó al hielo.Aún en las partes más calurosas del mundo, el hombre comenzó por aquel tiempo a agregar cada vez con mayor frecuencia carne a su alimentación. La carne satisfacía más. Daba más fuerza y dejaba más tiempo para trabajar. El creciente cerebro del hombre necesitaba un alimento nutritivo como la carne.

A medida que el hombre perfeccionaba sus instrumentos, la caza iba ocupando un lugar más importante en su vida.

Es cierto que durante los muchos millares de años que separan al hombre cazador del hombre recogedor, había cambiado sus instrumentos de piedra, habían llegado a ser más agudos y mejores. Para hacer un cuchillo de piedra o una punta de piedra para el asta, el hombre tenia que tallar primero la parte exterior, pulir después las sinuosidades e irregularidades, reducir la piedra a laminas, finalmente, darles a estas laminas el borde afilado que necesitaba.

Para fabricar un cuchillo de material tan inadecuado como la piedra, se necesita una gran habilidad y mucho tiempo. Por lo tanto, una vez que había fabricado semejante utensilio, el hombre no lo tiraba después de usarlo; lo cuidaba mucho y lo afilaba cuando perdía el filo. Conservaba su instrumento porque valoraba su trabajo y su tiempo.

Pero por más que se haga, una piedra sigue siendo piedra. Un asta con una punta aguda era un arma poco eficaz cuando era preciso entendérselas con un animal como el mamut. Porque el mamut tenia la piel tan fuerte como una coraza de acero.

No fue el hombre, sino la gente con su fuerza combinada quien aprendió a fabricar instrumentos, a cazar, a hacer fuego a construir casas, a rehacer el mundo.

Pero un cambio trae otro consigo. Una vez que el hombre comenzó a almacenar provisiones, tuvo que permanecer mayor tiempo en un mismo sitio. No podía cambiar de lugar tan fácilmente porque no podía arrastrar a todas partes consigo el cuerpo de un mamut.

Hubo otras causas, además, por las cuales tuvo el hombre que dejar de ser un nómada sin hogar. Antes cualquier árbol podía servirle de refugio durante la noche, protegerlo de las bestias de presa. Ahora no les temía tanto a estas. Tenía otro enemigo- el frio- y le era preciso disponer de un refugio seguro para protegerse contra este nuevo enemigo.

Al fin llego el tiempo en que el hombre comenzó a crearse su pequeño mundo caliente dentro del enorme y frio mundo.
A la entrada de una cueva o debajo de algún peñasco saliente construía para si su pequeño cielo privado con pieles y ramas, bajo el cual no había lluvias, ni nieves, ni viento.

Al explorar el suelo que ha conservado las huellas de la obra de manos humanas, al examinar los cuchillos y los raspadores de piedra, al lugar en el carbón que hay sobre el fogón donde hace tanto tiempo se apago el fuego, vemos claramente que el fin del mundo anterior no fue el fin del mundo para el hombre, porque el hombre logro crear su propio pequeño mundo.

En los campamentos de los cazadores de bisontes y mamuts se encuentran generalmente dos clases de instrumentos de piedra uno grande y otro pequeño. El más grande es una pesada piedra  triangular afilada por dos caras. El pequeño es una lámina larga y delgada con un borde afilado, recortado de un pedazo más grande de piedra.

Evidentemente cada uno de estos instrumentos tiene uso especial de otro modo no habrían sido tan diferentes.

Los dos están afilados. Eso quiere decir que eran usados para cortar o partir. Uno es más grande y más pesado que el otro. Eso significa que estaba destinado a un trabajo más rudo. Por su aspecto se puede comprender que su manejo requería mucha fuerza.

El trabajo se iba haciendo mas complicado. Para desempeñarlo con mayor eficiencia, una persona tenía que hacer una cosa, y otra persona alguna otra cosa. Mientras los hombres estaban siguiendo la pista de su presa y persiguiéndola, las mujeres no estaban sentadas ociosas, sino construyendo chozas, recogiendo raíces, ocupadas con las provisiones.

Y había otra división del trabajo: la existencia entre jóvenes y viejos.

Para realizar cualquier clase de trabajo, era preciso aprender a ejecutarlo.

Cuando más progresamos tanto más tenemos que aprender. Cada nueva generación recibe de la precedente un caudal mayor de conocimiento, de información, de descubrimiento. Esto es lo que llamamos cultura en antropología, la herencia social del hombre.

El hombre no nace artesano. Aprende a serlo.

Un animal adquiere por herencia de sus padres todos sus instrumentos y el conocimiento relativo a su uso, en la misma forma en que hereda de ellos el color de su piel y la forma de su cuerpo.

Pero el hombre fabrica sus propias herramientas; no nace con ellas. Eso quiere decir que no hereda de sus padres el conocimiento del uso de sus instrumentos, sino que tiene que adquirirlo de sus maestros y de los mayores durante el curso de trabajo.

La gente no nace con hábitos formados. Estudia y aprende, y cada generación agrega al o al caudal común de la experiencia humana. La experiencia crece más y más. La  humanidad continúa dejando cada vez más atrás las limitaciones a su conocimiento.

El trabajo de las mujeres teníaque ser aprendido también. Una mujer tenia que ser no solamente ama de casa, sino también arquitecto, leñadora y sastre.

En cada tribu había hombres y mujeres viejos, expertos quienes transmitían las experiencias de sus vidas largas y laboriosas a la nueva generación. Pero, ¿Cómo transmitían a los demás su conocimiento y su experiencia? Enseñando y relatando  y por eso necesitaban el lenguaje.

Los escritos que nos dejaron esta gente en la antigüedad van siendo cada vez difíciles de comprender, más misteriosos a medida que penetramos más profundamente. Por ultimo desparece la escritura. Las voces del pasado han enmudecido completamente.

Buscamos las huellas del hombre en la tierra. Excavamos las tumbas olvidadas, examinamos los instrumentos antiguos, las piedras de los edificios que hace tiempo se derrumbaron, el carbón de las hogueras apagadas desde hace muchos años.

El hombre de Neanderthal. Como vemos ahora tiene otro nombre y otras características su columna vertebral se ha enderezado, sus manos se han vuelto más flexibles su cara se ha hecho más humana.

Cuidadosas mediciones del cráneo del hombre de Neanderthal demuestran, sin posibilidad de dudas, que su cerebro era mayor que el del pitecantropus.

Evidentemente aquellos millares de años de trabajo no fueron en vano. Transformaron completamente al hombre, en especial su cabeza y sus manos. Porque sus manos eran las que tenían que ejecutar el trabajo y su cabeza tenía que dar las ordenes.

A medida que trabajaba en su hacha de piedra, que daba nueva forma a la piedra el hombre se esta transformando inconscientemente a si mismo, rehaciendo sus propios dedos, dándoles movilidad y habilidad mayores. Estaba reconstruyendo su cerebro también, el cual se iba volviendo más complejo constantemente.

Al examinar al hombre de Neanderthal se da uno cuenta en seguida de que el no es un mono.

Su frente estrecha cae por encima de sus ojos como la visera de una gorra. Sus dientes se proyectan hacia afuera.

En lo más que se diferencia del hombre actual es en el mentón y la frente. Su frente se inclina hacia atrás y apenas tiene mentón.

Dentro de su cráneo de frente estrecha faltaban algunas partes del cerebro del hombre actual. Y la quijada inferior, con el mentón tirado hacia atrás, no se adaptaba todavía al habla humana.

Un hombre con tal frente y con semejante quijada inferior no podía pensar ni hablar como lo hacemos nosotros.

Sin embargo, tenía que hablar. Era necesario para el trabajo en común. Cuando la gente trabaja junta tiene que ponerse de acuerdo acerca de su trabajo. El hombre no podía esperar hasta que su frente se enderezara y su quijada inferior se hiciera más grande. Habría tenido que esperar mil años.

Se expresaba lo mejor que podía con todo su cuerpo. Aun no tenía un órgano especializado para hablar, por lo cual hablaba con su cuerpo: hablaban los músculos de su cara, sus hombros, sus piernas  y sus manos hablaban más que todo.

En lugar de decir “corta”, hacia un gesto con sus manos. En vez de decir “dame”, tenia la mano con la palma hacia arriba.

Para decir “ven acá” ejecutaban un ademan hacia el. Y al mismo tiempo ayudaba a sus manos con la voz, rugía, gemía y gritaba para atraer la atención de la persona a quien estaba hablando, para hacerla observar los gestos que estaba haciendo.

Al principio había gestos y alaridos. Estas señales, recibidas por medio de los ojos y los oídos, eran transmitidas al cerebro del hombre, como a una estación central telefónica. El cerebro, tan pronto captaba la “señal de una señal”, tal como “se acerca un animal”, contestaba con un orden: a las manos, para que agarraran firmemente la lanza, a los ojos para que escudriñaran entre las ramas, a los oídos, para que escucharan atentamente el crujido de una rama o el susurro de las hojas. El animal no estaba visible todavía; aun no lo había oído, pero el hombre estaba alerta para enfrentársele.

Cuanto mayor era el número de gestos, con tanta mayor frecuencia eran transmitidos al cerebro estas “señales de señales” y tanto mayor era el trabajo de la estación central que esta situada en la parte frontal del cráneo humano. Y esto hacia necesario ensanchar la estación central. En el cerebro se continuaron formando nuevas células. Las conexiones entre estas células se volvieron cada vez mas complicadas. El cerebro creció, aumentó de tamaño.

Por eso el cerebro del hombre de Neanderthal es más grande que el del pitecantropus. El cerebro del hombre se había desarrollado. El hombre había aprendido a pensar.

El trabajo en común enseño a los hombres a hablar  y al aprender a hablar aprendieron también a pensar.

El hombre no obtuvo su inteligencia como un don de la naturaleza, la conquistó. Mientras había muy pocos instrumentos y no era muy grande la experiencia del hombre, los gestos mas sencillos eran suficientes para todos los propósitos prácticos.

Pero a medida que el trabajo se complico se hicieron mas complicados también los gestos. A cada cosa había de corresponder su propio gesto  y éste tenia que descubrir y representar con exactitud lo que expresaba.

Así nació la figura - gesto. El hombre dibujaba en el aire un animal, un arma, un árbol.

El lenguaje mímico era pobre y rico al mismo tiempo,  era rico porque era vívido porque claramente representabacosas y hechos. Era pobre porque mientras que con un solo gesto se podía decir “ojo derecho” u “ojo izquierdo”, era mucho mas difícil decir simplemente “ojo”.

Se podía describir con exactitud una cosa por medio de gestos, pero era completamente imposible expresar una abstracción con cualquier clase imaginable de gestos.

El lenguaje mímico tenía otros defectos, además. No se podía hablar de noche pues por mas violentamente que se movieran las manos en la oscuridad, nadie las verían.

Y aun durante el día no siempre era posible hablar con gestos. En la llanura la gente podía comunicarse por medio de ademanes pero en los bosques, cuando los cazadores estaban separados por una muralla de arboles, la conversación resultaba totalmente imposible.

Por lo tanto, el hombre tuvo que expresarse por medio de sonidos.

Al principio el lenguaje articulado era muy semejante al mímico. Era también una representación que describía todo, cada movimiento, clara y vívidamente.

El gesto – figura se completo con la palabra figura.

Así aprendió a hablar el hombre: primero por medio de gestos y después con palabras.

Se han sucedido las generaciones. Pueblos y tribus han desaparecido sin dejar rastros, se han disipado en el polvo y no han dejado tras si monumento alguno en forma de ciudades y aldeas.

Parecía como si nada podía resistir la fuerza aniquiladora del tiempo. Pero la experiencia humana no ha desaparecido. Venciendo al tiempo, continúo viviendo  en el lenguaje, en la técnica, en la ciencia. Cada palabra de un idioma, cada movimiento en el trabajo, cada concepto científico, constituyen la experiencia acumulada y combinada de generaciones de hombres.

Cuando contemplamos la larga sucesión de los millares de años que separan al hombre del mono, no podemos más que recordar aquellas sabias palabras de Federico Engels “El trabajo creo al hombre”.



Resumen del libro Como el hombre llegó a ser gigante de

M.ILLIN Y SEGAL (SF).




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